jueves, 22 de marzo de 2012

Lenguaje muerto.


Llegué entonces a una sala
y en la sala había un grupo de personas
y en estas personas habitaba una luz
y me parecía que quien soñaba no era yo.
Al frente una muchacha les hablaba
sobre la vida de las palabras
y decía que son inmortales e infinitas
y, ahora recuerdo, me pareció que hablaba con verdad
pero que su verdad era a medias
y que ignoraba o que bloqueaba en su discurso
al escenario ácido y gris que se abre,
como una grieta ya no al infierno sino a la nada,
apenas cruzando el umbral de una puerta
o abandonando la penetrante quietud de un jardín.
Y me pareció que habría que decirlo todo
y que habríamos de incluir en el discurso
a la muerte del discurso: la muerte de las palabras:
decir que el lenguaje no muere nunca,
pero sí su belleza, sí su valor,
y que la degradación del lenguaje es peor que la muerte del lenguaje
porque la muerte es culminación y éxtasis
y no hay éxtasis en el barro idiota de la calle
o en la palabra convertida en instrumento intrascendente.

viernes, 9 de marzo de 2012


Hay personas sin cuerpo
(yo las he visto,
pero no sé).
Andan por ahí,
o fingen andar por ahí.
En los camiones urbanos,
en un empleo que es como un error,
en una escuela de la nada.
Pero simulan.
Nos escuchan
(los he visto,
pero no sé:
recuerdo unos ojos felinos,
un perfil y un cuello luminosos,
un aburrimiento lúcido)
sin escuchar:
sus oídos en unos metales lejanos
de tan dentro;
sus ojos fijos en un objetivo
difuso y rebelde y maligno
como un bellísimo demonio.
Yo los envidio
y quisiera quitarme estos zapatos raídos y duros
pero me da flojera
y no lo hago.

lunes, 27 de febrero de 2012

Inventario

Tengo un pasado hecho de palabras dichas a media luz, siempre a media luz;
tengo un futuro sin ancla, como todo futuro: un futuro ciego pero imparable, como una bala, como un furioso rayo;
tengo una mujer que me conoce tan bien que ya no me reconoce: mis gestos se han diluido en el espacio: y no lee lo que escribo, nunca, ni por casualidad, porque sabe muy bien que estas cosas son el eco de mis rutinas y de mi tedio, ambas cosas demasiado cercanas a ella, demasiado próximas;
tengo un hijo que no sabe aún que soy su padre: él siempre esta maravillado: para él, el mundo es un desierto en donde las dunas cambian, incansables, donde nada es igual: a mí me gustaría resguardar esa ternura, resguardar eso que no es siquiera ingenuidad, sino simple y pura inocencia: esa plenitud del ser, del ser sin lenguaje, del ser sin odios, sin amor y sin mayores deseos que la tibia leche de su madre; todas las religiones, todos los dioses que hemos creado no pueden otorgar esa paz primera, esa calma original, ese silencio absoluto del espíritu en el cual mi hijo se encuentra; a mí, por eso, me entristece encontrarlo cada vez más cerca de esta hidra, el lenguaje: me gustaría que callara permanentemente, que nunca hablara y que nunca entendiera nada de lo que los demás dicen: me gustaría que viviera para siempre en ese jardín misterioso de la infancia, tan parecido, aún, al Paraíso;
tengo un empleo que, como todos los empleos, está formado del tedio, de la voluntad y del egoísmo, en iguales proporciones;
no tengo muchos amigos, pero tengo algunos y con ellos basta: un hombre es todos los hombres, de algún modo;
tengo una biblioteca pequeña, compacta, pero que me precio de haberla leído de principio a fin: cosa que no significa que la conozca bien;
tengo eso que es común a todos, a menos que se trate de gente tonta o feliz: prejuicios: cada mañana los coloco sobre mi cabeza, hasta que esta comienza a sangrar, gratamente;
tengo la memoria de ciertos libros que nunca he terminado de leer, aunque los haya leído completos: libros que no han terminado de leerme a mí, de descubrirse en mí.

Eso es lo que tengo: no tengo más: cuando escribo, sé que esas son las verdaderas letras que estoy utilizando: que esas son mis verdaderas palabras: que esa es la materia prima que estoy condenado a manipular.

domingo, 19 de febrero de 2012

Discurso

Ahora que he vuelto
me doy cuenta que ha vuelto mi cuerpo
pero que las palabras se han ido
o, más bien, que son otras,
que es otro el discurso y el decurso
de mis pasos, que son otros,
que resuenan con eco distinto
mis pies sobre tu asfalto sucio y añorado.
Me entregaste el vértigo, el delirio:
abriste la mano y en tu palma profunda
residía la locura luminosa
y la muerte, la muerte sin adjetivos.
Ahora tu puño está de nuevo cerrado
pero no por mucho tiempo.
¿Qué semilla contendrá?

lunes, 13 de febrero de 2012



Tomar la boca del otro:
meterse en una lengua desconocida, desprevenidamente:
libar otra saliva, como un licor nuevo y agradecido:
tocar lo que otros tocan:
calzar otros pies:

salir luego a la calle, salir como una tormenta, salir como un animal salvaje que se ha escapado del zoológico y al cual habría que atrapar antes de que…:
salir luego a la calle y mirar los nombres de las avenidas ilustres, de las plazas que ya no son de nadie, sin leer los anuncios espectaculares ni los números de las casas ni las leyendas en las playeras ni la ruta de los camiones, sin comprender nada:
salir luego a la calle libre de unas cadenas invisibles:
salir luego a la calle y tomar una piedra del suelo y, sin malicia, sin violencia, sin rastro de personalidad, lanzarla y que esta rompa un vidrio y que resulte ser el vidrio de Palacio y entonces un hombre importante se horroriza, con su traje muy negro y su cigarro en la mano y su cara de hombre importante, ante el hecho de que una piedra sucia y terrosa haya ido a parar encima de los documentos en su escritorio y esos documentos son importantes, no pueden mancharse así como así:
salir luego a la calle y sentir que podrías ocultarte, si fuera necesario, si tu vida corriera peligro, en cualquier esquina, cualquier resquicio, cualquier fractura en el asfalto, por pequeña que fuera; que la ciudad te acogería, tierna y vilmente, en sus entrañas grises, lodosas:

ya para entonces llegas a tu casa
y prendes la tele y te enteras de que en Siria y de que...
prendes un cigarro y te das cuenta de que no tienes un cigarro…

sábado, 28 de enero de 2012

Puente

Me gustaría saber si mi hijo, que aún no sabe que es mi hijo, que de hecho no sabe que es, me reconoce, vagamente (no estoy con él todos los días) y si acaso reconoce, o presiente, que cuando lo abrazo, cuando lo toco, cuando lo estrujo un poco porque le gusta y le divierte y lo hace reír, cuando cambio su pañal o le beso las plantas de sus pies pequeños y risibles; cuando le mordisqueo los dedos diminutos pensando que con apretar tan solo un poco podría arrancárselos; en fin, que cuando hago todo esto mi intención no es hacerlo reír o aliviar algún malestar: mi propósito es el mismo del hombre que, vagando en un bosque, encuentra un río y necesita cruzarlo, porque del otro lado hay algo que quiere y que, de no conseguirlo, seguiría viviendo entre los hombres como si nada pasara pero que, en realidad, estaría ya un poco muerto y entonces este hombre lo comprende y tumba un árbol y lo lanza sobre el río para formar una primitiva versión de un puente. Yo creo comprender a ese hombre en el bosque y, por ello, me atrevo a asegurar que, si el primer árbol-puente no funciona y es arrastrado por la corriente, continuaría talando árboles hasta matar al bosque entero, intentándolo una y otra vez sin cansancio, sin rastro de duda, con una voluntad parecida a la del terrorista con una bomba en el torso y con un botón en la mano.

miércoles, 18 de enero de 2012

No tener nada que decir

Yo me siento aquí, frente a mi computadora (que en realidad no es mía sino que más bien yo soy quien la usa, y ni siquiera soy el único que la usa, así que puedo retirar lo dicho) y miro el ventanal, que es una pintura mural inconstante y cambiante pero siempre áspera y monótona en sus tonos, en sus texturas; pienso entonces que tengo algo que decir y abro el word y ahí está la página virtual en blanco, y el puntero parpadeando, esperanzado, impaciente. Me doy cuenta entonces de la realidad dura y suave, como el metal: no tengo nada que decir. Si me pongo a golpear un poco el teclado, algo sale: oraciones, frases más o menos bien conectadas, una curiosa y fría concatenación de palabras que están ahí, rondando mi mente. Pero no estoy diciendo realmente nada.
Y es que leer buenos libros te convierte en alguien taimado y desconfiado ante tu propia escritura. Yo leo un cuento de Borges, por poner un ejemplo indiscutible, y sé, me doy cuenta ahí mismo, que él tenía algo que decir, algo importante y que halló el modo correcto, además, de decirlo. Un modo hermoso y preciso, como una sinfonía, de decir algo importante.
Y es en ese momento, ante el deslumbramiento de unas palabras bien dichas y merecedoras de estar en miles de páginas alrededor del mundo, cuando uno se da cuenta de la pequeñez de su empresa, de lo nimio que es sentarse frente a la computadora y abrir el word y escribir sobre el hecho de no tener nada que escribir.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Escrito desde una oficina

Las cosas van y vienen, e igual la gente. Hace unas noches (apenas unas cuantas noches), eran mujeres y hombres como sombras; muchachas con ojos de lince, con un gato oscuro y sigiloso en lugar de alma, que no podían (que no debían) hablar más que de esos volúmenes innumerables que habían leído o que leerían después, deslumbradas; muchachos que discurrían sobre el mundo y sus perplejidades a gritos, oliendo el humo y el vómito, y cuyo palacio eran cuatro paredes ruinosas y una mesa en el medio. Las cosas van y vienen y ahora los rostros no son los mismos, ni el paisaje. Estoy sentado frente a la computadora, escribiendo o fingiendo escribir: frente a mi, un ventanal y dentro del ventanal, la calle (el ventanal está colmado de calle) y dentro de la calle hay carros y gente y me llegan ruidos difusos, como si yo estuviera dentro de una pecera. Mi trabajo es la frugalidad de las cosas: la importancia de no tener nada.

martes, 20 de diciembre de 2011

Balbuceos

Ya no hay mucho espacio para el silencio. Y mucha gente piensa que el silencio es la nada, la incomunicación, el vacío. Pero no siempre es cierto. El vacío tiende a ser ruidoso, la nada tiende a ensordecer. Y mira que lo digo por algo…

Aquí el cielo se ve más amplio. Da vértigo. Como si uno se fuera a caer en el cielo.

Aquí la tierra está seca pero, si escarba uno un poco, si uno está dispuesto a ello, se pueden encontrar verdaderos ríos.

martes, 27 de septiembre de 2011

Fósil


Se me han terminado las palabras. Estas son fósiles de las que eran. A la mejor no soy el único, no son las únicas.

Ulises se va. Pelea en Troya, la admira en su destrucción, y regresa. Recupera a Penélope, recupera su lecho cálido y largamente deseado. Recupera los valles oscuras de Ítaca. Se dice satisfecho pero se da cuenta, sin darse cuenta, que no es lo mismo. Sabe que en el fuego se consumió algo más que el esplendor de Troya.

Un hombre que estuvo en el infierno (como todos alguna vez) camina por una calle y es de noche. Respira hondo y le agrada el viento fresco, eso que llaman la libertad. Pero le gustaría estar con ella. Le gustaría que sus pasos fueran acompañados por los pasos discretos, borrosos, de ella. Se para a media plaza, mira al ángel y siente la tentación de convertirse en estatua.